Autor de la Foto: Serge Rat
Voy bajando por la calle hacia la plaza
Virreina. Llevo el móvil en la oreja y voy escuchando la conversación muy
atentamente. Camino y camino con un ritmo sosegado, cuando estoy a punto de
embocar la plaza, hago una pequeña pausa.
Ella está en medio de la plaza, mirando la
calle lateral, en dirección contraria a la mía. Empiezo a caminar de nuevo y
percibo el eco de las gotas que fallecen del cielo...gotas gordas que caen con
fuerza, las puedo sentir por el retumbo en el paraguas. Aún estoy hablando por
teléfono mientras me acerco a ella. El olor a humedad de la lluvia invade la
atmósfera de la plaza. No sopla nada de aire, pero mientras me acerco, en el
suelo empapado, voy oliendo su cuerpo.
Me coloco justo detrás de ella, apago el
móvil y lo guardo en el bolsillo de mi gabardina azulada. Pongo la mano derecha
en su hombro, mientras que con la mano izquierda aguanto el paraguas del
modelo " educado".
-
Hola
–La saludo, con la voz quebrada.-No te des la vuelta, por favor.
Con el cuerpo junto al suyo ya, percibo toda
su energía. Ella me dice:
-
Esperaba
verte en el portal de tu casa.
Yo le respondo, mientras la lluvia se
apacigua débilmente en su caída libre.
-
Ya no
vivo en ese portal, me fui hace tres años –contesto. -No podía vivir en nuestra
casa, todo me recordaba a ti. –Comento mientras la lluvia apacigua débilmente
su caída libre. – Con sólo llegar a la puerta, notaba el silencio en la
atmósfera. Veía el perchero vacío, andaba unos pasos y, al entrar al comedor,
ya no veía esa copa de vino, esa copa llena de tinto que tanto nos deleitaba, y
te veía medio desnuda esperándome tumbada. Sin hablar de la cocina, donde
estaban tus especies, esas que desprendía tu piel, cuando hacíamos el amor, y
que yo filtraba hacia mi sentido olfativo. Ya no era capaz de cocinar el pato,
ni el cordero al horno, ya no tenía ningún sentido. Antes de llegar al lavabo
veía tu albornoz blanco y al entrar en la ducha el gancho del teléfono siempre
recto, nunca inclinado hacia abajo como tú lo dejabas, y el jabón que dejabas
en la cesta, abierto... esos pequeños detalles tan insignificantes, ya no los
veía. Sin hablar del cuarto donde dormíamos agotados, después de hacer el amor
como unos locos o como dos sensuales jugando a percibir cada roce de nuestra
piel. ¿Te acuerdas de la silla de madera que gritaba en cada movimiento pélvico
y tanto te excitada su chirrido? Aún, me acuerdo de la noche de primavera fría, donde el insomnio te desveló y te fuiste hacía la ventana con la vista
perdida. Me desvelé al no tener tu calor y fui directamente hacia ti; con la
manta de franela, me puse detrás de ti, envolviendo tu helado cuerpo, y seguidamente
te susurré al oído, mientras el fino cristal se iba empapando de vaho, y tus
senos se marcaron, como hacíamos de pequeños, que dibujamos figuras en el fino
cristal. Cada vez que la lluvia y la condensación aparecían, el cristal
dibujaba el relieve y forma de tus atributos. Todos esos recuerdos me impedían
vivir en la casa. Ya no te digo el no poder oler tu piel, a confitura de cereza
con un toque muy sutil de cúrcuma tostada.
Mientras, su respiración se intensifica al
oír mis palabras. La humedad del ambiente y el ruido de la lluvia retumbando en
la cúspide del paraguas, que es redoblado por las gotas, que caen al
suelo, hacen que el olor de su piel sea todavía más fresco. Aún mi mano
está posada en su moldad del hombro, reconociendo cada centímetro.
-
¿Dime
como te ha ido la vida sin mí?
Ella aún está procesando toda la
información. Ella me comenta:
-
Me
fui porque tenía que estar sola. No sabía lo que quería, necesitaba tiempo y
sólo quería estar sola, como tú me dijiste que fuera feliz me tomé mi tiempo. Luego
desapareciste y me dolió mucho. Pasaron las semanas y los meses, volví a ver
aquel amor duradero. Pero no es igual. Todo es diferente, no sé cómo
explicarlo, nada es lo mismo.
Durante la explicación sus hombros se
encogen, y su respiración se alarga y se profundiza. La temperatura del interior
del paraguas va aumentando, nuestros cuerpos al estar tan próximos desprenden
calor y nuestra sangre empieza a hervir poco a poco.
Ella continúa:
-
Me dolió
que te fueras de esa manera, pero entiendo que no quisieras saber nada de mí. Sé
que me querías con todo tu corazón y tú cada vez que te acercabas, yo te ponía barreras
sin más, por miedo. Tenía mucho amor en mi interior, pero no sé cómo querer, no
sabía querer, siempre iba a la mía, fui muy egoísta contigo, lo sé y no
me di cuenta, tuviste mucha paciencia. Tenía mucho amor, pero, no se querer. Tú
sabes cómo querer pero no tienes amor. Tú y yo somos como el: “Yin y el Yang”, nos complementamos uno al otro, mientras yo te daba mi amor tú me enseñabas a querer
y te iba llenando de mi amor y tú a la vez me complementabas como hacerme saber querer. Por
eso no es la mitad de un circulo, una mitad invade a la otra y la otra invade
al otro. La energía va fluyendo en círculo y los dos se complementan a la vez.
-
Lo
sé, pero tú cerraste y negaste a tu corazón.-le susurro con dulce voz.
Mientras, ella intentaba explicarse. La
lluvia nos iba calando poco a poco, la temperatura ambiente iba bajando desplomadamente, yo aún tenía la mano en su hombro y no era capaz de quitarla.
El calor de mis venas hacía pensar en mil imágenes pasadas, imágenes que eran
nuestros momentos de lujuria y de amor que íbamos combinando a nuestra merced.
Solo recordando el olor que desprendía su cuello, cada vez tenía más deseo de girarla de
golpe y besarla con frenesí. Pero mi mente lo impedía.
Mientras escucho todo lo que me dice, tengo
cada vez más la sensación de que lo nuestro hubiera funcionado, de que juntos todo hubiera sido más fácil, creo que si lo hubiera intentado de verdad y me hubiera dejado ser que como soy, y ella, no me hubiera cortado continuamente las alas, si se
hubiera dejado llevar por mí; en algún día perdido de algún mes, le hubiera
entregado un “Yin y Yang” entre sus dedos. Porque sé que a veces era algo
reservado en mis sentimientos, la quería, no solo sería feliz, sino que los dos hubiéramos estado en la cúspide de la felicidad.
Llevamos más de una hora hablando, y aún
no nos hemos visto las caras, tengo mis manos siempre apoyadas en su hombro, en
alguna ocasión ella intenta girarse, o dice quiere verme, pero yo le
revelo que me gusta esa manera de decirnos las cosas sin barreras, y sin
vernos los rostros, era más fácil.
Al cabo de unos minutos más intercambiando
opiniones, le digo:
-
Parece
que ha dejado de llover.
-
¿Cómo?
-dice ella sorprendida- ¿Que no ves que está cayendo copos de nieve?
Ella se gira inmediatamente, sin yo
esperarlo. Ella exclama con voz sorprendida:
-
¿Qué
haces con gafas de sol en pleno otoño y con la oscuridad del día?
Inmediatamente me pongo la mano en el
bolsillo de la gabardina azulada y saca un artilugio de color blanco. Lo
extiende y comenta:
-
Llevo
gafas de sol porque me quede sin visión hace un par de años. Mi visión esta
reducida, sólo veo luz y sombras, podríamos decir como en la película de
Ridick, que el protagonista sólo ve pincelados en blanco y negro, sólo puede ver las formas muy difuminadas, lo
mismo que yo.
Se hace un silencio plausible, sólo se
puede oír el trago de saliva de ella.
-
¡Cómo, explícame mejor! ¿que te ocurrió? -Comenta con mucho nerviosismo.
-
Pues
hace un par de años que iba perdiendo la vista, fui al médico. Al final con
todas las pruebas que me realizaron, vieron que no tenía ningún problema
fisiológico, la retina estaba bien, el iris, los nervios ópticos, todo estaba
correcto. Me hicieron un Tac cerebral completo, para saber si había alguna zona
afectada, por si había algún tumor que afectase a la zona de la visión. Todo
estaba correcto, al final entre especialistas me dijeron: Con todos estos
elementos creen que se trata de un problema psicogénico y no fisiológico, es
decir, que no está causado por un problema estructural. Algo debió suceder
durante el accidente o trauma, especulan, que hizo que su cuerpo reaccionara
cortando la capacidad de ver. No es extraño observar trastornos en los que el
cerebro deja de procesar la señal visual aunque los ojos funcionen perfectamente.
Se llama vulgarmente ceguera psicológica, así que me derivaron a su
especialista correspondiente. Dicen que solo yo puedo recuperar la visión. Así
es la vida, que haremos.
-
¿Cómo
me has localizado en la plaza? Joder. ¿Cómo es que no me dijiste nada?
-
Pues
llevaba el móvil en la oreja y un amigo que está en la plaza me fue guiando
hacia ti. Pero una vez que estaba cerca, pues te olía y notaba tu presencia
fácilmente, ya sabes que cuando pierdes unas facultades, mejoras otras como el
oído el olfato, etc… No te dije nada porque mi orgullo tengo, sea malo o bueno. También
tiene sus ventajas. Recuerdo cada centímetro de tu cuerpo, y tengo la mejor
imagen de belleza, de erotismo, pasión, cada vez que sueño contigo… siempre son
las mismas imágenes, así que bien “litografíadas” estas en mi cabeza.
-
Joder,
eso me ha excitado. – Nos reímos a verdadera carcajada los dos.
-
Y si
ahora me disculpas, me tengo que ir, necesito huir porque estoy asustando mi corazón.
Espero que lo entiendas. Ya te llamaré y nos vemos otra vez, pero ahora ya he sentido suficiente.
Rápidamente la beso en la frente, y lo clavo perfectamente, la altura, el centro, la distancia, sí que conozco cada
centímetro de su cuerpo, me giro y sin mediar palabra intento caminar, me
ubico entre las sombras y las luces de las farolas y de las calles colindantes
de la plaza Virreina, en un acto reflejo saco la mano del paraguas para
comprobar que realmente esta nevando esos copos de nieve. Noto el frío seco en mi mano y camino hacia la calle superior de la plaza.
Ella está perpleja, el corazón le late a
ritmos estrepitosamente peligrosos. Su mente está bloqueada y muy confusa. No
sabe si ir detrás de él o dejarle que el vacío se apodere otra vez de esos días
confusos, que tuvo que elegir en que corazón se cobijaba. Mientras, los copos más
frondosos y grandes, van calando encima de su melena suave y sedosa, mezclando el color nívea nieve con el color de su pelo, de hojas aciculadas de "ciprés de los pantanos" otoñales….